jueves, 30 de abril de 2020

Cerro San Javier - San Miguel de Tucumán


La estadía en San Miguel de Tucumán pudo ser perfecta. Lamentablemente coincidió con uno de los “paros” organizados por los sindicatos peronistas y ello trastocó nuestros planes. De hecho, la ciudad es preciosa y las personas muy amables. En otro momento comentaré sobre la misma. Recientemente estuve viendo fotos del Cerro San Javier y la fascinante experiencia que tuvimos en este bello paraje, por eso decidí revivir esa agradable mañana.

Capilla Nuestra Señora de Pompeya
Desde que llegamos a Tucumán, los amables dueños del hospedaje donde nos quedamos nos recomendaron visitar el Cerro San Javier, muy próximo a la ciudad, en la zona universitaria. Refrendamos la información en la oficina de información turística. Pudimos ir el primer día en la ciudad, pero elegimos pasear dentro de la misma. El segundo día, en medio del “paro”, se nos ocurrió ir.

Cristo Bendiciente
Desde nuestro alojamiento, caminamos a la Av. Mate de Luna, donde esperamos el bus que supuestamente nos llevaría hacia el destino. En pocos minutos nos dimos cuenta que no pasaría, pues en Argentina, el transporte público paraliza totalmente sus actividades en días de paro. Después de caminar algunas cuadras logramos tomar un taxi (que circulaban muy restringidamente) y fuimos hasta San Javier.

Tras la neblina, San Miguel de Tucumán
La ruta es directa, se sigue todo Mate de Luna y luego el taxi empezó a subir un zigzagueante camino hasta dejarnos en la cercanía de la Capilla Nuestra Señora de Pompeya. El día era gris y con mucha neblina. Nuestros informantes nos habían dicho que desde San Javier las vistas de Tucumán y alrededores eras espectaculares, lo que seguro es cierto, pero el día elegido sólo podíamos ver a un par de metros delante de nuestras narices. Una de las neblinas más tupidas en las que me he encontrado.


El taxista nos dijo, amablemente, que, si queríamos, nos esperaba y nos llevaba de retorno, le dije que no era necesario. Esa decisión simple fue el inicio de una aventura inesperada. No encontramos otro taxi hasta muchas horas después, ya caminando de retorno en la periferia de la ciudad.


Puesto en perspectiva valió la pena. San Javier se encuentra en camino a la ciudad universitaria de Tucumán, pero a pesar de eso, uno se siente en un ambiente rústico y mucho más rural que su cercanía con la ciudad haría pensar. La Capilla es ínfima, sin ningún interés, salvo las hermosas vistas narradas por nuestros informantes, que nosotros no pudimos apreciar.


Retornamos caminando por la pista. Había perros, pequeños y pocos, algunos ciclistas, vacas pastando en los bordes y mucha, demasiada, neblina. En un día normal quizás hubiese sido peligroso por el tráfico, pero ese día casi nadie circulaba. Igual, ya era una experiencia interesante. A mi familia le gusta caminar por el campo y nos sentíamos en un lugar mucho más remoto de donde realmente estábamos.



En pocos minutos llegamos al Cristo Bendicente, de acuerdo con el cartel informativo, uno de los más grandes del mundo. La neblina era tan intensa en ese momento que con dificultad lográbamos divisar más allá de 20 metros en los momentos en los que el viento la disipaba algo. La hermosa vista prometida de Tucumán y su campiña no fue nuestra ese día. Seguimos caminando y llegamos a las Pérgolas de San Javier, donde había un cruce de caminos, lo que nos hizo abrigar la esperanza de encontrar un taxi. Esperamos varios minutos allí, pero nada, ni taxis ni buses. Muy rara vez, un auto particular alejándose de Tucumán.



Como la subida nos tomó unos 30 minutos, decidimos retornar caminando. En mi desconocimiento absoluto de las diferencias entre los tiempos de caminata y en auto, pensé que una hora y treinta minutos estaríamos en zona urbana. Finalmente, caminamos casi 3 horas hasta llegar al área urbana.


La experiencia fue casi perfecta. Si bien sólo se podía ver unos pocos metros por causa de la neblina, fue delicioso caminar así. Toda la bajada del cerro fue tranquila, en perfecta comunión con la naturaleza, sólo afectada por ciclistas subiendo al cerro y dos o tres autos en todo ese tiempo. Cuando el cerro empezó a transformarse en ladera algunos perros nos asustaron, pero nada grave. Yo les tengo terror, aún hoy mi hija recuerda entre risas que la utilicé como parapeto ante uno que se nos acercó demasiado.


En la periferia de la ciudad, grandes casonas, seguro de gente adinerada. En todas ellas inmensos perros que desataron mi terror con sus ladrillos. Debe haber sido la última vez que he rezado con tanta devoción pues simplemente estaba aterrado. Todos ellos dentro de las residencias campestres, pero el miedo a que escaparan y acabaran con mi vida hicieron de ese último tramo una experiencia de terror para mí.

se hizo la luz...
Finalmente, apareció un viejito en un taxi viejo, cuando se detuvo el alma volvió a mí. Le pedí que nos llevará al centro de Tucumán, pero amablemente me indicó que no iba tan lejos. Finalmente nos dejó en un paradero de taxis en el barrio de Yerbabuena y desde allí tomamos otro taxi al centro de la ciudad.

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