sábado, 6 de junio de 2020

Huyendo del Huracán Matthew

Entre el 30 de setiembre y el 14 de octubre del año 2016 hicimos nuestro primer viaje familiar a Estados Unidos. Fue un viaje muy largo, que tenía como destinos principales Denver, para visitar unos excelentes amigos, Tallahassee para visitar familiares y Orlando. Además, habíamos previsto visitar San Agustín, Savannah y Charleston. En febrero de ese año, nos habían dado la visa para los Estados Unidos y desde ese momento dediqué muchos días en la planificación del viaje.

Revisé mapas, coticé hoteles. Investigué destinos. Intenté tener un viaje que combine lo más armoniosamente posible los intereses de mis hijos (Orlando), con los de mi madre (Tallahassee) y los míos (las ciudades históricas). Desde nuestra partida de Chiclayo, el 30 de setiembre tuvimos percances de diversa índole. Todos ellos nos hicieron disfrutar el viaje mucho más allá de lo planificado.

Suelo ser metódico y ordenado en la programación de lo que hago. Pero la aventura que vivimos durante el viaje superó largamente lo previsto. Y, de hecho, hoy recordé nuestra experiencia huyendo del Huracán Matthew, que fue algo que (aunque sea cruel decirlo) me resultó especialmente interesante. Hubo infinitos destrozos por causa del Huracán, pero vaya si para nosotros fue una aventura. Lamento todos los daños ocasionados y el dolor de las familias de las víctimas. Hoy sólo quiero centrarme en mi experiencia personal.

Tras diversos percances, llegamos a Orlando (por segunda vez, para iniciar nuestro periplo por Georgia y Florida) pasado el mediodía del 05 de octubre. Tomamos la minivan que había arrendado (éramos una tropa de viaje), salimos del aeropuerto y tomamos la autopista 528, con dirección a la interestatal 95, que nos llevaría hacía nuestro primer destino: San Agustín.

En Panamá, donde habíamos hecho escala (y perdido un vuelo) habíamos escuchado de Matthew, pero no le dimos importancia. Seguimos las noticias en Denver, en casa de nuestros amigos, pero igual no le dimos mayor relevancia. El vuelo de Denver a Orlando fue plácido y en hora. Nos tomó bastante tiempo tomar la minivan (y me tomó buen tiempo entender como conducirla). Pero ya al salir del inmenso aeropuerto, era feliz.

Al tomar las 528 sentí que algo estaba mal. Éramos casi los únicos viajeros en ruta hacia el este. Miles de autos en sentido contrario, hacia el oeste y nosotros solos, dueños de la pista. Me pasé un peaje sin pagar y me aterré, ya me imaginaba preso. Luego otro igualmente abierto y la sensación de que algo andaba mal se hacía mayor. Era extraño ser los únicos en ruta hacia el este y todos en sentido contrario.

Ya en la 95 paramos en un KFC a la altura de Tittusville, donde vimos al personal protegiendo las ventanas con madera. Le pedí a mi hija que investigara. Ella habla perfectamente el inglés, yo sólo puedo balbucear e indicar con el dedo lo que deseo comer. Tras su indagación regresó algo pálida y me dijo “papá viene el huracán”. Mi mamá y mi madrina entraron en crisis. Comimos y seguimos en ruta hacia San Agustín.

Había previsto sólo una noche en San Agustín. En el camino nos alcanzó una lluvia terrible, que en Perú sólo la había vivido, por pocos minutos, en Moyobamba. Descubrí que el limpiaparabrisas tenía 5 ó 6 velocidades y fui jugando como nene con juguete nuevo. Al llegar al hotel nos dijeron que podríamos dormir allí. Pero que tendríamos que partir antes de las 7am, pues había orden de evacuación.

Igual dormí como un lirón. Pero mi familia pasó la noche en diferentes estados de tensión. Por lo que me contaron, llovió torrencialmente toda la noche y por momentos las ráfagas de viento eran hasta terribles (y el ojo del huracán estaba quizás a unos 200kms hacia el sur). Por lo que entendí había cambiado su destino de Miami a Daytona Beach, por lo que dormí en paz.

Partimos de acuerdo con lo requerido, a primera hora. No visitamos San Agustín, pues el hotel estaba al ingreso de la ciudad. Volvimos a la 95 y seguimos ruta a Savannah. Como soy absolutamente negado para la tecnología no sabía cómo utilizar la radio. Todo el camino pensé que disfrutaríamos de Savannah. La lluvia era terrible, por momentos era necesario usar la 6ta velocidad del limpiaparabrisas, pero igual la enorme autopista era una ruta perfecta.

Al llegar a Savannah en el hotel nos dijeron que podríamos (si queríamos) descansar sin costo un par de horas y que luego debíamos partir. El bendito huracán se había desviado y el destino en ese momento era Savannah. Pregunté si podríamos ir hacia Charleston y nos dijeron que no. Que también había orden de evacuar esa ciudad. La opción que nos dieron era ir hacia Macon o Atlanta, siguiendo la autopista 16. Pensé aprovechar la oferta y descansar un par de horas, pero la mayoría femenina me obligó a partir inmediatamente.

Salimos en procesión por la autopista 16. La velocidad promedio no superaba las 20 millas por hora. El viaje se hacía interminable. Todos hacia el oeste, nadie en los carriles hacía el este. Las horas avanzaban y el hambre y aburrimiento hacían estragos. Decidí, salir en uno de los desvíos y llegamos a un pequeño pueblo llamado Adrian, básicamente una iglesia y una oficina de correos y quizás 50 casas dispersas. Decidí ir hacia Dublín, una ciudad cercana, donde si había muchos hoteles, preguntamos en casi todos, llenos, sin cupo para nadie.

En ese momento empezó la odisea. Almorzamos allí en un Subway, compramos pringles y bebidas, y algo más en un grifo, luego emprendimos una ruta que supuestamente nos llevaría hasta Tallahassee. Partimos de Dublín por un camino vecinal, el 441. Luego fuimos divagando por diversos pueblos. En todos ellos encontramos personas amables, pero ningún alojamiento disponible. Recuerdo un pueblo con una fábrica antigua de Cocacola que era una postal impresionante. Debí tomarle una foto y sería la mejor foto de mi vida, pero nada. La premura era encontrar donde pasar la noche.

En un pueblo nos dijeron que había albergue de emergencia en un campo de golf. Fuimos y sólo había una habitación donde podían entrar 4 personas. Dos tendríamos que dormir en la minivan. Me pareció perfecto. Eran como las 6 ó 7pm ya y estaba cansado. Tenía ya cerca de 12 horas manejando. No hubo consenso y seguimos en ruta.

Recuerdo haber pasado por Occilla y llegado hacia las 10pm a Tifton. Una ciudad intermedia, con decenas de hoteles sobre la autopista 75. Preguntamos en unos 10. Todos llenos. En la búsqueda, me equivoqué de camino y me metí a un cementerio. Tras maniobrar sobre varias tumbas logré salir. Decidimos ir hacia Tallahassee donde supuestamente llegaríamos hacia las 3am.

Iba manejando casi sin parar desde las 7am, cuando partimos de San Agustin. A unos minutos de Tifton, poco antes de Norman Park encontramos una construcción enorme, que nos pareció un campo de golf. Hicimos una última parada, ya sin esperanzas. Y, oh sorpresa, había habitaciones disponibles. Era una casa de retiros de la Iglesia Baptista (si mal no recuerdo) y estaban alojando personas que huían de la costa, donde el Huracán impactaría con mayor potencia.

Nos dijeron que eran baños compartidos, pero en ese momento ya poco nos interesó. Si el ingreso era similar a un campo de golf, los “galpones” donde estaban las habitaciones, parecían una prisión. Mi madrina, que algo sabía leer en inglés, mientras nos registrábamos, había leído dos placas recordatorias, donde se informaba en el año 1900 algo el local se había incendiado y murieron unas 20 personas. Que en el año 1950 y algo un loco había ocasionado otro incendio y habían muerto unas 30 personas.

Entre lo tétrico del local y la historia de los dos incendios y las decenas de muertos que mi tía nos narró, todas (menos yo y mi hijo de 8 años) casi ni durmieron. Cuando nos instalaron en las habitaciones, era un galpón semi vacío. De tres pisos, en el segundo donde nos quedamos sólo nuestras 2 habitaciones, frente a frente, se encontraban ocupadas en ese momento. Al despertar, todas las habitaciones llenas. En una habitación a dos puertas, otra familia de latinos como nosotros y en todas las demás sólo familias de negros.

A pesar de no entender su inglés. El poco contacto que tuvimos fue en términos cordiales. En ese momento, todos éramos refugiados y todos teníamos el mismo temor. Ellos refugiados en su propio país, nosotros foráneos refugiados en una Georgia que no habíamos previsto conocer.

Al despertar, hacia las 9am del día siguiente, nos alistamos y fuimos a tomar el desayuno. Fue una experiencia increíble. Algunas decenas de voluntarios, todos blancos caucásicos, atendiéndonos a nosotros (latinos) y a los negros hospedados junto a nosotros. He viajado a EEUU ya 5 veces, pero nunca he disfrutado un desayuno así de variado. Sólo la mesa de tocinos tenía unas 5 variedades distintas. Mi hijo aún lo recuerda con los ojos brillando de gula.

Matthew cambió nuestros planes. Pero nos permitió recorrer una Georgia amable y fuera de cualquier circuito turístico. Luego de despertar fuimos a Albany y recorrimos algunos coquetos pueblos, antes de arribar al final de la tarde a Tallahassee. El cambio de planes nos permitió también conocer Montgomery, pero esa es otra historia.


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