La estadía en San Miguel de Tucumán pudo ser perfecta.
Lamentablemente coincidió con uno de los “paros” organizados por los sindicatos
peronistas y ello trastocó nuestros planes. De hecho, la ciudad es preciosa y
las personas muy amables. En otro momento comentaré sobre la misma. Recientemente
estuve viendo fotos del Cerro San Javier y la fascinante experiencia que
tuvimos en este bello paraje, por eso decidí revivir esa agradable mañana.
Capilla Nuestra Señora de Pompeya |
Desde que llegamos a Tucumán, los amables dueños del
hospedaje donde nos quedamos nos recomendaron visitar el Cerro San Javier, muy
próximo a la ciudad, en la zona universitaria. Refrendamos la información en la
oficina de información turística. Pudimos ir el primer día en la ciudad, pero
elegimos pasear dentro de la misma. El segundo día, en medio del “paro”, se nos
ocurrió ir.
Cristo Bendiciente |
Desde nuestro alojamiento, caminamos a la Av. Mate de Luna,
donde esperamos el bus que supuestamente nos llevaría hacia el destino. En
pocos minutos nos dimos cuenta que no pasaría, pues en Argentina, el transporte
público paraliza totalmente sus actividades en días de paro. Después de caminar
algunas cuadras logramos tomar un taxi (que circulaban muy restringidamente) y
fuimos hasta San Javier.
Tras la neblina, San Miguel de Tucumán |
La ruta es directa, se sigue todo Mate de Luna y luego el
taxi empezó a subir un zigzagueante camino hasta dejarnos en la cercanía de la
Capilla Nuestra Señora de Pompeya. El día era gris y con mucha neblina. Nuestros
informantes nos habían dicho que desde San Javier las vistas de Tucumán y
alrededores eras espectaculares, lo que seguro es cierto, pero el día elegido
sólo podíamos ver a un par de metros delante de nuestras narices. Una de las
neblinas más tupidas en las que me he encontrado.
El taxista nos dijo, amablemente, que, si queríamos, nos esperaba
y nos llevaba de retorno, le dije que no era necesario. Esa decisión simple fue
el inicio de una aventura inesperada. No encontramos otro taxi hasta muchas
horas después, ya caminando de retorno en la periferia de la ciudad.
Puesto en perspectiva valió la pena. San Javier se encuentra
en camino a la ciudad universitaria de Tucumán, pero a pesar de eso, uno se
siente en un ambiente rústico y mucho más rural que su cercanía con la ciudad
haría pensar. La Capilla es ínfima, sin ningún interés, salvo las hermosas
vistas narradas por nuestros informantes, que nosotros no pudimos apreciar.
Retornamos caminando por la pista. Había perros, pequeños y
pocos, algunos ciclistas, vacas pastando en los bordes y mucha, demasiada,
neblina. En un día normal quizás hubiese sido peligroso por el tráfico, pero
ese día casi nadie circulaba. Igual, ya era una experiencia interesante. A mi
familia le gusta caminar por el campo y nos sentíamos en un lugar mucho más
remoto de donde realmente estábamos.
En pocos minutos llegamos al Cristo Bendicente, de acuerdo
con el cartel informativo, uno de los más grandes del mundo. La neblina era tan
intensa en ese momento que con dificultad lográbamos divisar más allá de 20 metros en los momentos en los que el viento la disipaba algo. La hermosa vista prometida de Tucumán y su campiña no fue
nuestra ese día. Seguimos caminando y llegamos a las Pérgolas de San Javier,
donde había un cruce de caminos, lo que nos hizo abrigar la esperanza de
encontrar un taxi. Esperamos varios minutos allí, pero nada, ni taxis ni buses.
Muy rara vez, un auto particular alejándose de Tucumán.
Como la subida nos tomó unos 30 minutos, decidimos retornar
caminando. En mi desconocimiento absoluto de las diferencias entre los tiempos
de caminata y en auto, pensé que una hora y treinta minutos estaríamos en zona
urbana. Finalmente, caminamos casi 3 horas hasta llegar al área urbana.
La experiencia fue casi perfecta. Si bien sólo se podía ver
unos pocos metros por causa de la neblina, fue delicioso caminar así. Toda la
bajada del cerro fue tranquila, en perfecta comunión con la naturaleza, sólo
afectada por ciclistas subiendo al cerro y dos o tres autos en todo ese tiempo.
Cuando el cerro empezó a transformarse en ladera algunos perros nos asustaron,
pero nada grave. Yo les tengo terror, aún hoy mi hija recuerda entre risas que
la utilicé como parapeto ante uno que se nos acercó demasiado.
En la periferia de la ciudad, grandes casonas, seguro de gente
adinerada. En todas ellas inmensos perros que desataron mi terror con sus
ladrillos. Debe haber sido la última vez que he rezado con tanta devoción pues simplemente
estaba aterrado. Todos ellos dentro de las residencias campestres, pero el
miedo a que escaparan y acabaran con mi vida hicieron de ese último tramo una
experiencia de terror para mí.
se hizo la luz... |
Finalmente, apareció un viejito en un taxi viejo, cuando se
detuvo el alma volvió a mí. Le pedí que nos llevará al centro de Tucumán, pero amablemente
me indicó que no iba tan lejos. Finalmente nos dejó en un paradero de taxis en
el barrio de Yerbabuena y desde allí tomamos otro taxi al centro de la ciudad.